miércoles, 25 de noviembre de 2009

Constanza (2)

Capítulo I

Un ensordecedor estrépito matutino sacudió el sueño de Constanza. Ese día el trinar de pájaros enjaulados que la despertaba cada mañana no era tan agradable como solía. Sin querer dio un golpe sobre la mesilla que estaba dispuesta a la altura de su almohada, y aquel ruido acalló de inmediato. Miraba al techo sin saber muy bien cómo había llegado aquella lámpara allí, pero en seguida aquel pensamiento lo desplazó con otro que respondía al primero. Constanza nunca había elegido nada de lo que la rodeaba, tampoco esa lámpara. De repente, aquella mañana, la prometida de un desconocido se paró a pensar en la libertad. Sí, ya había oído hablar de “eso”, pero aquella palabra

no se tocaba,

no se comía ni cocinaba,

no se vestía,

no se bordaba ni se cosía,

ni significaba nada de nada,

de modo que no podía

ser algo en lo que pensara una joven casadera.



Daba igual una lámpara diferente, ella era feliz. (Aunque secretamente tampoco conociera bien el significado de esta última palabra)

Se incorporó. Con aquel camisón blanco se veía a sí misma como una vela de barco izándose en medio del mar. Arrastró sus piececitos por encima de las sábanas y hasta el suelo. Estaba helado. Llamó a su criada una vez:

- ¡Justa!

Nadie apareció en su aposento. Aún sentada, aprovechó para desperezarse un poco más e insistió:

- ¡Justa!

Comenzaba a ver con nitidez y se acordó de la lámpara. Miró hacia arriba y se frotó los ojos. Gritó nuevamente:

- ¡Justa, ven! ¿De dónde ha salido esa lámpara?

Había visto algunas lámparas de cobre, hierro- e incluso de latón- colgando de los techos con finas cadenillas. Candiles, antorchas, hacheros y candelabros se encontraban dispuestos por todo el castillo. Algunas noches, desde el torreón, había visto las lucecitas de las casas que se encontraban al otro lado de la muralla. Le parecían estrellas que caían del cielo y se colaban a pasar la noche con los niños de la aldea.

- ¡Justa! ¡Tengo hambre!

Tenía mucha hambre, podía escucharlo. Se levantó decididamente, dirigió sus pasos hasta la puerta y la abrió, pareciéndole ésta más ligera que nunca.

Sus ojos se abrieron como platos. No podía creer lo que estaba viendo

¿Dónde estaba?



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